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Corporalidades Desconocidas

Writer's picture: Anton VelizAnton Veliz

Updated: Apr 7, 2022

Algunas veces han acudido al estudio, algunas personas con interés en aprender a tatuar. En ellos(as) recuerdo a nuestro artista hace años, preocupado por conocer las mejores tintas, máquinas, materiales; en fin, ese borroso mundo de conocimientos prácticos, que aunque cada vez más accesible mediante redes sociales; aún atesora un par de secretos que sólo un buen tutor(a) te puede regalar.


Es emocionante cuando inician los cursos sobre esterilización, primeros auxilios, manejo de residuos biológico-infecciosos, e inclusive de emprendimiento para poder combinar el arte, con la técnica y el manejo de una empresa. Porque sin duda esto último es un plus que vives cuando tienes tu propio estudio.


Sin embargo, viene a mi mente que en esas revitalizantes dosis de aprendizaje, a veces formal y a veces proveniente de una boca sabia; es poca o nula la conversación sobre cómo relacionarte con la persona que colocará su piel, en su esplendor de órgano vivo, para ser tatuado. ¿Cómo lidiar con el dolor de un cliente(a) que aunque desea tener la pieza de tatuaje más detallada, no puede contener las lágrimas que se escapan de un cuerpo que cada vez le obedece menos? ¿Cómo lograr que el cliente mire más allá de formas y colores, para distinguir que es un organismo que asimila el procedimiento de pigmentación en función de los nutrientes que consume, su estado de ánimo, el roce que tiene cada ángulo del cuerpo con las superficies diariamente, entre muchos otros factores que pasan desapercibidos?


Aún más allá, ¿cúando o dónde aprendemos a relacionarnos relacionamos con clientes que tienen huellas de sus batallas en la piel? ¿Qué y cómo decirlo ( o no) cuando hay alguna marca del pasado o bien un sentimiento de vulnerabilidad corporal ante las guerras internas o sociales que libra día a día?



Recuerdo algunas clientas en quienes podía distinguir miedo y/o desconfianza sobre ¿Cómo iría a ser el proceso de ser tatuada? Probablemente el dolor no les angustiaba tanto, como estar a la expectativa de cuál sería el comportamiento del artista al trabajar en zonas del cuerpo que demandan privacidad. Una de ellas lamentablemente ya había pasado por una experiencia desagradable con un colega.


Por supuesto que hay acciones y detalles que develan el cuidado de la intimidad de la persona, como proporcionar una bata para que tenga mayor comodidad, no tener acercamientos o contacto corporal innecesario o no justificado, etc. Es que ¡justo habría que notar que dentro del acto de tatuar, se gesta el encuentro de dos corporalidades hasta entonces desconocidas!


¿Será que se vive igual el proceso de ser tatuado(a) cuando el artista no te mira para explicarte cada paso que va a hacer? ¿Qué respuestas diferenciadas de los clientes podríamos esperar cuando les tratamos como personas y no sólo como lienzos? Pero también ¿Cuál es el punto de equilibrio entre concentrarte en el delicado trabajo que hacen tus manos decorando la piel y lograr interactuar con el cliente?




Y no se diga cuando un tercero(a) se roba la experiencia del cliente, molestándole o bien queriendo interactuar todo el tiempo con el artista o el cliente, y por lo cual se le debe pedir mesura para evitar contaminación cruzada.


En estos términos el acto de tatuar, además de los significados internos, implica interacciones, si bien breves, pero sí importantes entre dos entes desconocidos... entre dos corporalidades hasta entonces desconocidas.


Luz OotBoon






 
 
 

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